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domingo, 31 de marzo de 2013

Cosas insignificantes

Siempre me cuesta seleccionar las fotografías que traer a Mi casa, las menos, mediocres; las más, totalmente desafortunadas. Me encantaría tener la destreza de tantos que cuelgan en sus blogs imágenes que no desdicen de las facturas profesionales. Bien es verdad que mi única pretensión es que disfrutéis de lo que disfruté yo, aunque las imágenes no se correspondan, ni de lejos, con aquello que llamó mi atención.






















Esta tarde, al regresar a mi hotel después de pasar el día visitando el Palacio Monserrate, en Sintra (a uno de cuyos estanques corresponde la fotografía con la que abro el comentario, un grupo de niños reflejados en el agua), me llamó la atención una pequeña acequia de aguas remansadas, tapizadas de verdín, junto a una de las fachadas de la Quinta das Murtas, donde me alojo. Una camelia vecina deja caer allí sus flores. Otras se dispersan por los aledaños y allí van muriendo, colores de otoño en primavera.


















Esta escalera la descubrí ayer, dando un paseo al atardecer por las inmediaciones de la Quinta, y me entristeció. No va a ninguna parte, se mantiene ciega junto a la ventana. Para compensar, la campana.












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sábado, 30 de marzo de 2013

Quinta do Monserrate

La Quinta do Monserrate, enclavada en un paraje de exuberante belleza, en lo alto de una de las cumbres de la Sierra de Sintra, es una de las más hermosas creaciones paisajísticas del romanticismo. Su nombre se debe a una pequeña ermita que fue edificada en este lugar por Fray Gaspar Preto en 1540, dedicada a la Virgen de Monserrat. En 1716 fue adquirida por D. Caetano de Mello e Castro, comendador de Cristo y Virrey de India, que la explotó como finca agrícola. En 1755 el terremoto de Lisboa destruye las casas de la quinta, y no es hasta 1790 cuando Gerard de Visme, rico comerciante inglés en maderas de Pernambuco, alquila la propiedad y construye el primer palacio neo-gótico sobre las ruinas de la antigua capilla.














En otra entrada os mostraré el palacio. Hoy me gustaría centrarme en este espectacular jardín, cuyo primer diseño corrió a cargo de William Beckford, escritor, crítico de arte, bibliófilo y excéntrico constructor, conocido por ser el joven inglés más rico de su tiempo, que alquila la finca en 1793. Cuando en 1856 Sir Francis Cook adquiere la quinta su estado es de total abandono, y es a él a quien deben tanto el palacio como los jardines su actual diseño, convirtiéndola en su residencia estival.














Cook transforma la finca en un jardín botánico, importando especies exóticas, creando en su interior micro espacios de un enorme encanto. Recoge el agua, tan abundante en esta tierra, y construye pequeñas cataratas, estanques, lagunas. Muy cerca de un imponente pino importado de la isla de Norfolk, en el Pacífico, se encuentra un Árbol de Hierro, oriundo de Nueva Zelanda, mezclados con cedros, alcornoques, araucarias, abetos y pinos, acebos y madroños. El espíritu romántico de Cook se advierte a cada paso; incluso mandó construir las ruinas de una capilla, diseñada a partir de la capilla creada por Visme en sustitución de la de Monserrat, en cuyo interior ordenó un nicho que albergara un sarcófago etrusco, hoy expuesto en el Museo de Sintra. El efecto de las lianas en la fachada de la capilla me recordó los templos de Angkor, en Camboya, de los que os hablé durante aquel inolvidable viaje.




















Vas descendiendo por caminos angostos y sinuosos siempre acompañada por el murmullo del agua, entre árboles y arbustos, por lo que parece un espacio salvaje, hasta que llegas a unas suaves y ondulantes praderas y el agua se remansa. Primero te encuentras con el Jardín de Japón, camelias florecidas y bambúes junto a la laguna. Más adelante, el Jardín de México, en una zona más caliente y seca, donde se reúnen palmeras, yucas, nolinas, agaves y cicas. Después, la rosaleda. En otra zona, el Valle de los Helechos.












33 ha. de jardín que aún conserva un no sé qué salvaje que me entusiasma. Fijaros en ese banco de piedra, medio devorado por la vegetación. Imagino a Lord Byron en el verano de 1809, cuando visitó Monserrate, y no me extraña que se enamorara de este lugar. Camino durante casi dos horas hasta entrever, tras los árboles, la silueta del palacio.

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viernes, 29 de marzo de 2013

Sintra: un paraíso para románticos

El camino desde el centro histórico de Sintra hasta la Quinta da Regaleira discurre en suave ascenso por la ladera de uno de los picos de la Sierra, un paseo delicioso. A la derecha, en pendiente, se suceden las masas boscosas, los jardines de quintas cuyas casas se esconden a la vista. A la derecha, durante un largo trecho, el Parque dos Castanheiros. Poca gente se anima a subir andando hasta la Quinta, o más lejos aún, hasta el Palacio do Seteais (los turistas optan por el autobús), de manera que camino casi en solitario, disfrutando de esta borrachera de olores que la lluviosa primavera trae consigo.













“¡Oh! El edén glorioso de Sintra se mezcla en un abigarrado laberinto de monte y cañada”, comenzaba Lord Byron su poema Childe Harold's Pilgrimage, otro romántico que halló aquí su paraíso. Instalado en Sintra durante el mes de julio de 1809, escribió a Hodgson el día 16 de ese mes: "Hasta ahora hemos seguido nuestra ruta, hemos contemplado todo tipo de maravillas panorámicas, palacios, conventos, etc., que narraré en mi próxima obra, Book of Travels, de mi amigo Hobhouse, y que no anticiparé, transmitiéndole cualquier relato en privado y de forma clandestina. Solo hago constar que la villa de Cintra, en Extremadura, es quizá la más bella del mundo." Y Robert Southey :"Nunca contemplé una vista que destruyese completamente el deseo de viajar. Si hubiese nacido en Sintra, creo que nada me tentaría a abandonar sus deliciosas sombras y atravesar la terrible aridez que las separa del mundo."












Abandonarse, olvidar la aridez que la separa del mundo. Este equilibrio perfecto entre paisajes hermosísimos y construcciones llenas de encanto y belleza me mantienen en un permanente estado de gracia. El camino va deparando sorpresas. La Fuente Mourisca, realizada en 1922 por el maestro local José de Fonseca. A la derecha, entre árboles, arbustos y matojos, con esa sensación de descuido y abandono que aporta a esta tierra un encanto especial, el pórtico que os muestro a la izquierda, por el que transitaba una oveja seguida de dos cabritillas pardas. Algo más allá, otra fuente, la que veis a la derecha (el agua se desborda por Sintra) y justo frente a la Quinta do Regaleira, entre árboles, casi oculto a la vista, las ruinas del palacio que os muestro sobre estas líneas. Rodeado de una alta verja, con claras señales de abandono, no tiene un cartel que ofrezca alguna información sobre él. Intento encontrar un hueco por el que colarme (me enamora: su estilo de inspiración árabe, su romántica decadencia) pero no lo encuentro y sigo mi camino decidida a investigar su historia.











Será mi anfitriona, doña Elena, quien me ponga sobre la pista. Se trata de la Quinta do Relógio, cuyo nombre se debe a la torre con reloj que presidía el palacete construido por el millonario Metznar, y que fue más tarde demolida para levantar el que vemos ahora. Reinando Pedro V, un tratante de esclavos, Manuel Pinto da Fonseca, a quien apodaban Monte Cristo por el personaje de Dumas, encarga a su hijo el proyecto para el palacio. Dice la leyenda que fue residencia de Don Carlos de Bragança y Doña Amelia de Orleans, futuros reyes de Portugal, durante su viaje de novios. Creo que el jardín posterior es precioso, combinando plantas y árboles exóticos con ejemplares autóctonos.












Y termino mi paseo en el Palacio do Seteais, precioso edificio neoclásido del siglo XVIII, hoy convertido en hotel, mandado edificar por el cónsul holandés Daniel Gidmeester. Su nombre, en español "siete ayes", hace referencia a los supuestos suspiros que lanzaron los portugueses al conocer el contenido de la Convención de Sintra, mediante la cual los británicos permitieron a las tropas napoleónicas abandonar impunemente Portugal tras la invasión. En su origen el palacio constaba de un solo cuerpo, siendo su segundo propietario, el Marqués de Marialva, quien le añadió el segundo y construyó, como nexo de unión, el arco de triunfo con el escudo real. El interior no guarda vestigio alguno de su carácter primigenio, se trata de un elegante hotel de lujo, tan falto de personalidad como cualquier otro. Atravesando el arco de triunfo se accede al banco que os muestro a la derecha. Allí sentada, disfruté de la vista de los jardines de palacio y el valle, al sol.

jueves, 28 de marzo de 2013

El Palacio Valenças y el Parque da Liberdade

Ha llovido toda la noche y amanece el cielo cerrado. Una densa neblina vela el monte que veo todas las mañana a través de la ventana. Pese a la llovizna intermitente, salgo de la Quinta das Murtas, atravieso el jardín y camino hacia el pueblo. Grandes goterones se desprenden de las hojas de los árboles; un barrillo resbaladizo dificulta mis pasos, pero me reconforta el denso olor de la tierra.
























En vez de continuar por el camino asfaltado opto por atravesar el Parque da Liberdade, el antiguo jardín del Palacio Valenças, hoy propiedad municipal, convertido en parque público. Un jardín muy hermoso, casi salvaje, que cae por la ladera de la sierra hasta alcanzar el pueblo, donde se levanta el palacio y la entrada principal.












El camino desciende vertiginosamente, salpicado de pequeñas construcciones de uso público que rompen el encanto y logran irritarme. ¿No es posible reutilizar estos espacios sin destruir su espíritu? Intento hacer abstracción de los detalles vulgares y recobrar su romanticismo primigenio. Entre los árboles se vislumbra el Palacio Real, alrededor del cual la aristocracia de la época construyó sus quintas veraniegas.






















El agua encharca los rincones, las flores languidecen aún vivas en el suelo.












Abandono el camino principal y me interno por pequeños senderos, que se pierden en la espesura.















La "frondosa Sintra", la "amena estancia, / trono de la lozana primavera,/ ¿Quién no te ama? ¿Quién si en tu regazo/ una hora de la existencia viviese,/ esa hora olvidaría?", escribió el poeta romántico Almeida Garret. Eça de Queiróz hablaba de que Sintra le producía una melancolía feliz. "El camino entraba entre dos muros altos paralelos, donde susurraban las ramas murmurantes. Era el Ramalhao. El aire parecía más fino, como refrescado por la abundancia de agua. Se sentía una vaga serenidad de parques y arboledas. Algo suave y elegante circulaba por la atmósfera. Había un silencio de descansos delicados y ociosas existencias."

Este es el Palacio Valenças, diseñado por el arquitecto italiano Giuseppe Cinatti, un edificio de influencia veneciana construido a finales del XVIII. No se puede visitar, está destinado a usos municipales. Y a los próceres del pueblo no se les ha ocurrido mejor idea que colocar un parque infantil junto a sus muros. El exquisito gusto de la burguesía.

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