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viernes, 17 de septiembre de 2010

El Guggenheim de Gehry, Bilbao

Un barco de titanio, caliza y cristal está varado en la orilla de la ría de Bilbao. Es el Museo Guggemheim, del arquitecto Frank Gehry.












El Museo es la guinda de la obra de acondicionamiento y urbanización de las orillas de la ría del Nervión, una obra fantástica que ha cambiado la cara al viejo Bilbao. Ocupa el centro de un triángulo imaginario entre el Museo de Bellas Artes, la Universidad de Deusto y el Teatro Arriaga.













Más que un edificio, el Guggenheim es una escultura. Sus piezas articuladas a veces parecen tener carácter orgánico. Otras son simplemente juego de volúmenes creando espacios y vacíos, de una extraordinaria belleza.













Hay que leerla despacio, caminando lentamente a su alrededor y observando como va cambiando, como se abren los espacios acristalados para cerrarse poco después, abrazados por una pieza de titanio de piel rugosa, semejando escamas de pez.













Inmediatamente después una pieza de caliza, cálida blancura. Piezas que se alzan, se curvan, parecen vibrar.

















El interior es igualmente espléndido. 55 metros de altura jugando con los materiales, creando espacios de enorme plasticidad. Tres niveles de galerías para acceder a un espacio expositivo fantástico. Tan perfecto que su innegable belleza se neutraliza a la hora de mostrar la obra de otros, y así sus salas, amplias y diáfanas, acogen y potencian la belleza de lo que allí se muestra.
Jugando con volúmenes y perspectivas, las galerías aportan espacios interiores descomunales y, sin embargo, enormemente acogedores.
















Aunque este Museo estuviera vacío, aunque no nos ofreciera las mágníficas exposiciones que encontramos en su interior, merecería la pena la visita.


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